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viernes, 3 de junio de 2011

LA REALIDAD DESDE LA PERSPECTIVA DE BRUNO LATOUR EN SU LIBRO "LA ESPERANZA DE PANDORA"

 ¿Cree usted en la realidad?
Bruno  Latour en su obra “La esperanza de Pandora”,  se hace las siguientes interrogantes: « ¿Cree usted en la realidad?". ¿De verdad se ha vuelto la
realidad algo en lo que las personas han de creer? ¿Acaso es la realidad algo similar a Dios, el tema de una confesión a la que se llega tras largo e íntimo
debate? ¿Hay alguien en este mundo que no crea en la realidad?
Empieza entonces a desarrollar sus planteamientos con respecto a esas interrogantes: No existe ninguna situación natural en la tierra que de pie a que alguien le dirija a uno la más extraña de todas las preguntas:¿Cree
usted en la realidad?". Para plantear semejante interrogante uno
tiene que haberse alejado tanto de la realidad que el temor a perderla por completo se vuelva verosímil, y este mismo miedo tiene una historia intelectual que debe trazarse al menos en sus grandes líneas.
Descartes se la había planteado al preguntarse cómo puede una mente aislada estar absoluta y no relativamente segura de algo en lo que concierne al mundo exterior. Por supuesto, articuló su pregunta de un modo que hizo imposible que recibiera la única respuesta razonable, una respuesta que nosotros, los estudiosos de la ciencia hemos redescubierto poco a poco tres siglos después, a saber: que estamos relativamente seguros de muchas de las cosas con las que nos relacionamos diariamente a través de nuestras prácticas de laboratorio. En la época de Descartes, este enérgico relativismo basado en el número de relaciones establecidas con el mundo había sido tiempo atrás un antiguo camino practicable, pero hoy se ha perdido bajo una maraña de vegetación. Descartes perseguía la certeza absoluta, imaginando un cerebro-en-una-cuba, una certeza que no es necesaria cuando el cerebro y la mente) se halla firmemente sujeto a un cuerpo y el cuerpo plenamente implicado en su ecología normal. Entonces, la certeza absoluta es un tipo de fantasía neurótica que sólo una mente quirúrgicamente extirpada perseguiría tras haber perdido todo lo demás. Al igual que el corazón extraído del pecho de una mujer joven que acaba de morir en un accidente se lo transplanta rápidamente al tórax de otra persona a miles de kilómetros, la mente de Descartes necesita de un soporte de vida artificial para seguir siendo viable. Sólo una mente colocada en la más extraña de las situaciones, mirando el mundo de dentro hacia fuera y no relacionada con el exterior más que a través de la tenue conexión de su mirar, se estremecería con el miedo permanente a perder la realidad. Sólo un observador así desprovisto de corporeidad buscará desesperadamente algún equipo completo de supervivencia para dar vida asistida.
Para Descartes, la única ruta por la que su mente-en-la-cuba podría restablecer alguna conexión razonablemente segura con el mundo exterior es la que pasa por Dios. Con todo, después de Descartes, muchas personas han pensado que pasar por Dios para llegar al mundo resulta un poco caro y rebuscado, así que intentaron hallar un atajo. Se preguntaron si el mundo podría enviarnos directamente la suficiente información para producir en nuestras mentes una imagen estable de sí mismo.
Pero al plantearse esta pregunta, los empiristas seguían avanzando por el mismo camino. No volvieron sobre sus pasos. No volvieron a conectar el blando y cimbreante cerebro en su debilitado cuerpo. Aún seguían enzarzados con una mente de mirada fija en un perdido mundo exterior. Bombardeado por un mundo reducido a un conjunto de estímulos sin sentido, se supuso que era capaz de extraer de esos estímulos todo lo que necesitaba para recomponer las formas y los argumentos del mundo. El resultado fue parecido al de un televisor mal conectado y ningún esfuerzo sintonizador fue capaz de hacer que este precursor de las redes neuronales produjera algo más que
 un deslavazado conjunto de rayas borrosas sobre las que caían, como nieve, unos puntitos blancos. No había ninguna forma reconocible.
Latour, plantea que la certeza absoluta se perdió debido a lo precario de las conexiones de los sentidos con un mundo que había sido expulsado a un exterior aún más recóndito. Había demasiadas interferencias para obtener una imagen nítida. .
La solución llegó, pero adoptó la forma de una catástrofe de la que aún estamos empezando a recuperarnos. En vez de volver sobre sus pasos y tomar el otro camino en la olvidada bifurcación del recorrido, los filósofos abandonaron incluso la exigencia de certeza absoluta y resolvieron adoptar una solución provisional que al menos preservaba algún acceso a la realidad exterior.
Dado que la red neuronal asociativa de los empiristas era incapaz de ofrecer imágenes nítidas del mundo perdido, esto ha de ser la prueba, dijeron, de que la mente (aún en su cuba) obtiene de sí misma todo lo que necesita para perfilar las formas y los argumentos.
Es decir, todo menos la realidad misma. En lugar de las inconexas rayas de la televisión mal sintonizada, conseguimos colocar una antena fija sobre el aparato y moldear la confusión de interferencias, puntos y rayas del canal empirista hasta lograr una imagen estable producida por las categorías predefinidas de la mente. Fueron los a priori kantianos los que iniciaron esta extravagante forma de constructivismo que ni Descartes con su rodeo a través de Dios, ni Hume con su atajo de estímulos asociados habrían soñado jamás.
Ahora, todo quedó regulado por la propia mente y la realidad apareció sin más para decimos que estaba ahí de hecho y que no era producto de nuestra imaginación En el banquete de la realidad, la mente hizo aportación de la comida, y las inaccesibles cosas en sí a las que el mundo había sido reducido simplemente se dejaron caer para decimos «Estamos aquí, no es polvo lo que coméis», pese a que por lo demás permanecieran mudas como convidados de piedra. Aunque abandonemos la certeza absoluta, había dicho Kant, podremos conservar al menos la universalidad mientras nos mantengamos dentro de la restringida esfera de la ciencia, y a ello contribuye el mundo exterior de manera decisiva aunque mínima. El resto de la búsqueda del absoluto debe encontrarse en la moral, otra certeza a priori que la mente-en-la-cuba extrae de su propia maquinaria interna. Kant inventó, con el nombre de «revolución copernicana», esta pesadilla de ciencia ficción: el mundo exterior gira ahora alrededor de la mente-en-la-cuba, la cual dicta la mayoría de las leyes
 de ese mundo, leyes que ha extraído por sí misma sin la ayuda de nadie. Un déspota tullido gobierna el mundo de la realidad. Esta filosofía fue considerada, por extraño que parezca, como la más profunda de todas, ya que se las había arreglado para abandonar la búsqueda de la certeza absoluta y conservarla al mismo tiempo bajo el rótulo de «a priori universales», un hábil juego de manos que hundía más aún entre la maleza al camino perdido.

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